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Gene Youngblood – Secesión del Broadcast: Internet y la crisis del control social

Conferencia-Gene-ing-Final-01493424 El siguiente artículo es una adaptación de la charla dada el 1ero de noviembre de 2012, en la Alianza Francesa de Buenos Aires, Argentina, como parte de la primera Bienal de la Imagen en Movimiento (BIM). Fuente: secessionfromthebroadcast.org/blog/

Secesión del broadcast
Internet y la crisis del control social

Gene Youngblood*

“Lo único que puedes controlar, y por lo tanto debes controlar, es la imaginación en tu propia mente”.
Epicteto

Evoquen la imponente imagen de multitudes que fluyen en las calles y plazas en todo el mundo de a millones para protestar contra el despotismo. Ahora imaginen, en cambio, que están pidiendo Internet con acceso libre y gratuito. La probabilidad de esto es casi cero, de acuerdo. Pero ¿por qué? ¿Qué tendría que suceder para hacer realidad esa imagen utópica? ¿Qué algoritmo insurgente nos llevaría de aquí para allá? Este es el tema de esta conferencia.
Se dice que la vida no se mide por la cantidad de veces que respiramos, sino por los momentos que nos quitan la respiración. No necesito decirles que estamos viviendo un momento semejante. Un momento histórico verdaderamente impresionante que literalmente puede quitarnos la respiración. Vivimos en futuros que llegaron a pasar, en caso de que no lo hayan notado. Apocalipsis y utopía. Apocalipsis que no esperábamos tan pronto, utopía totalmente inesperada.
Apocalipsis: el holocausto ecológico y el fin de la democracia, producidos por el tercer estadio del capitalismo y creados por instituciones que supuestamente estaban para prevenirlos. Durante cuarenta años he llamado a esto crisis global ecosocial. Al menos durante este tiempo hemos sabido que esto presenta un desafío de proporciones para las sociedades avanzadas –el desafío de crear en la misma escala que podemos destruir–.I Siempre enfrentamos ese desafío. Pero hoy, la mera escala de destrucción real y potencial está más allá de nada que hayan imaginado los seres humanos –o puedan imaginar– del modo en que se despliega delante de nuestros ojos.
La crisis es de una importancia radical y una respuesta adecuada requerirá una conversación sostenida y creativa entre los pueblos del mundo. Ningún problema puede ser resuelto por el mismo conocimiento que lo creó, de manera que la conversación debe estar abierta a todos en la escala más amplia de conocimiento. La única fuerza opuesta equivalente a la escala de destrucción es la escala en la cual toda la gente puede comunicarse. El problema es que no podemos llegar al problema porque no podemos llegar al otro.
Para eso necesitamos una revolución de la comunicación, y el aparato que podría permitir eso está a la mano, todos lo sabemos. Utopía, en este contexto, es la posibilidad tecnológica, y solo la posibilidad, de una revolución de la comunicación. Esto probablemente no sea como ustedes piensan la utopía, como un simple potencial técnico para algo. De todos modos, tal vez crean que ya ha ocurrido una revolución de la comunicación. Volveré sobre esto.
Al mismo tiempo, consideren la impresionante coincidencia histórica, por un lado, del fracaso de la democracia alrededor del mundo en el mismo momento en que el holocausto ecológico corre en cámara lenta hacia sus puntos críticos y, por el otro, el aumento simultáneo, como por encargo, de la única cosa que posibilitaría un esfuerzo mundial para evitar que la crisis se convierta en una catástrofe. O al menos que la catástrofe no sea mayor de la que seguramente ya existe.
Si no hubiera Internet, tendríamos que inventarla incluso para empezar a imaginar lo que podría significar crear a escala. Así que, gracias a Dios, está aquí. Pero hay un problema. La revolución de la comunicación no puede tener lugar porque es una amenaza mortal, en primer lugar, para los controles sociales que precipitaron la crisis ecosocial.
Al componente cultural de aquellos controles lo llamo broadcast.** Resulta que la secesión del broadcast –dejar la cultura sin dejar el país– es el primer paso necesario hacia la creación en la misma escala que podemos destruir. El hecho impresionante es que Internet, en realidad, hace posible la secesión a esa escala, de ahí que su misma existencia arroja a la civilización a la crisis.
La separación de la cultura dominante a escala ahora posible significa el colapso del control social tal como lo conocemos en las democracias liberales. Queremos que esto colapse porque impulsa la crisis, pero eso crea otra crisis que elabora el apocalipsis. La otra crisis no es pérdida del control social. Todo lo contrario. Es el crecimiento del estado de seguridad y vigilancia con poderes sin precedentes de control totalitario. A esto le llamo el panóptico –que es la segunda razón por la que Internet arroja a la civilización a la crisis.
Una cosa es cierta: el acceso libre y gratuito a Internet que necesitamos para evitar el despotismo y enfrentar el caos venidero no existirá a menos que la generación del milenio se alce para exigirlo. Se trata de un doble vínculo apocalíptico porque necesitamos un acceso libre y gratuito a Internet para cultivar la voluntad radical de una Internet con acceso libre y gratuito. El doble vínculo de que el único prerrequisito para la libertad es la libertad, es el apocalipsis real, no el cambio climático.II
¿Cómo ha de afrontar la generación del milenio el trágico legado que les dejamos? ¿Cómo pueden inaugurar El Construir para la destrucción creativa del sistema mundial que pone en peligro su futuro? Esa es la cuestión trascendente de nuestro tiempo: ¿qué cultura definirá Internet?, ¿la cultura de la muerte o la cultura de la libertad? Esta es una carrera entre el demoler y El Construir, y no queda mucho tiempo.

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Propongo un lenguaje porque nuevas palabras y nuevos significados para las viejas palabras son esenciales para los nuevos conocimientos y acuerdos que demanda la magnitud de esta crisis. Las palabras no expresan lo que pensamos, ellas nos dicen lo que pensamos. El pensamiento se hace en la boca. Necesitamos pensar de manera diferente, así que trataré de hablar de manera diferente.
Comencemos con broadcast. Con broadcast me refiero a todos los medios del Estado, su infraestructura institucional, su economía política, la cultura que crean, y el control social que cumple la cultura a través de la socialización que administra. Repetiré eso y explicaré esto: Broadcast es todos los medios del Estado…
Ustedes dirían medios corporativos, pero seamos congruentes: vivimos en un Estado corporativo y los medios corporativos son medios del Estado. Esto ha sido entendido al menos desde los primeros años del siglo xx. En una democracia, el gobierno debe confiar en medios corporativos, en lugar de en ministerios del Estado, para difundir propaganda estatal.
Los medios corporativos son medios del Estado así como el cartel de la banca privada conocido como Reserva Federal es un banco del Estado. Son medios del Estado así como Exxon Mobil es una compañía petrolera del Estado. Y sabemos que los medios estatales privatizados son más efectivos que los medios nacionalizados precisamente porque no se los considera medios del Estado. Así que nunca digan medios corporativos. Siempre digan medios del Estado cuando estén hablando de ese componente del broadcast. Se trata de algo más que medios, de modo que sigamos con la definición: Broadcast es todos los medios del Estado…
…su infraestructura institucional…
Esto es, las corporaciones que los manejan para el Estado, no el cuarto poder.
…su economía política…
Esto es su servicio para el capitalismo corporativo transnacional y la clase dominante transnacional. Los dueños del bienestar de las naciones.
…la cultura que crean…
Cultura de consumo, que es anticultura. La cultura que a nadie le gusta o que nadie quiere excepto los más dañados americanistas* [NOTA DE TRAD.: “americanist” no tiene otra traducción que “americanista”, sin embargo aquí más que referirse a un estudioso de América, hace alusión al orgullo patriótico que caracteriza a buena parte del americano medio, en este sentido “americanismo” y “americanista” se refieren a esa identificación absoluta con los valores que representan a su país.] que están entre nosotros. En realidad, Estados Unidos no tiene cultura porque cultura es aquello que promueve a la gente.
…y el control social que cumple la cultura…
El control social en una democracia requiere nuestra colaboración inconsciente de nuestra opresión. Tiene que ser de esa manera. O tienen totalitarismo manifiesto o los pueblos deben oprimirse a sí mismos. Por ese motivo, Edward Bernays, el padre de las relaciones públicas, propuso en 1928 que el control de la opinión de masas es la verdadera esencia del proceso democrático. Difícilmente sea una idea nueva. Pueden rastrear esto en Platón. Los pueblos son la fuente de todo poder, así que el poder del opresor debe venir de nosotros con nuestro consentimiento.
El filósofo y político italiano Antonio Gramsci, como es bien sabido, llamó a esto hegemonía cultural. Unos pocos años después de Bernays, a principios de la década del treinta, Gramsci hizo una distinción crucial entre hegemonía coercitiva y consensual. En la hegemonía consensual, una clase domina a otra ganando su consentimiento activo para ser dominada. Walter Lippmann llamó a esto “fabricación de consentimiento”. Lippmann es también conocido por su máxima de que los públicos no deben ser actores políticos, sino “espectadores interesados en la acción”. A esto llamo nación-audiencia.
La nación-audiencia consiente ser dominada porque asimila los valores, los códigos de conducta y la visión del mundo de la clase dominante. Esto es, la nación-audiencia asimila la lógica del sistema de dominación. La auto-opresión se vuelve sentido común y damos nuestro consentimiento espontáneo a la dirección impuesta sobre la vida por quien tiene la engañosa hegemonía. Es la perogrullada de que no nos retienen contra nuestra voluntad; es nuestra voluntad la que nos retiene aquí. Que nadie está sin remedio más esclavizado que aquellos que falsamente creen que son libres.
Esto es cosa antigua. Solo estoy recordándoles que es el trabajo más importante que hacemos en una democracia –colaborar con los dominadores en la reproducción eterna de su realidad y de nosotros mismos en la imagen de esta–. No somos conscientes de que estamos haciendo esto y no necesariamente nos sentimos oprimidos. La hegemonía cultural funciona por condicionamiento interno, así que se siente como libertad. El mayor éxito de la propaganda es la creencia de que no hay propaganda.
Hay otro nombre para este tipo de control social: totalitarismo invertido, una poderosa interpretación del historiador Sheldon Wolin en su libro Democracy Incorporated. Wolin lleva la hegemonía cultural de Gramsci a un extenso análisis de los controles económico-políticos en los Estados corporativos protofascistas que conocemos como democracias liberales.
Dice Sheldon Wolin: “El totalitarismo invertido es la supremacía política del poder corporativo en relación simbiótica con el poder estatal. Ya no confinado a la empresa privada doméstica, el poder corporativo evoluciona hacia una cogestión globalizadora con el Estado. Hay una doble transmutación: la corporación se vuelve más política, el Estado más orientado al mercado. La economía, históricamente subordinada a la política, domina ahora a la política. Este dominio es acompañado por formas de crueldad diferentes de las clásicas”.III
La congestión de los medios estadounidenses y el Estado es un triunfo del totalitarismo invertido. Somos la vidriera de cómo puede manejarse la democracia sin que parezca que fue suprimida. Los estadounidenses son víctimas de la más exitosa operación psicológica jamás impuesta a una población nacional, la campaña de propaganda más sofisticada que cualquier régimen alguna vez haya implementado contra su propio pueblo. Así que nunca digan que los medios no hacen su trabajo. Ellos hacen su trabajo. Nosotros no estamos haciendo el nuestro. Su tarea es asegurarse de eso.
El control social que cumple el broadcast –sigo con la definición ahora–, el control social que ellos cumplen, se basa en controlar la construcción social de realidades. Más exactamente, el broadcast controla los contextos en los cuales las realidades se construyen en la sociedad y se afirman desde el punto de vista cultural, como diría Herbert Marcuse.
Resalto controlando los contextos en los cuales eso sucede porque control de contexto es control de realidad. Contexto es todo. Todo es contexto y el broadcast es el metacontexto para todo. Tiene el poder de definir, para la mayoría de la gente la mayor parte del tiempo, las cuatro dimensiones básicas de la realidad –existencia, prioridades, valores y relaciones–. Existencia (qué es real y qué no), prioridades (qué es importante y qué no), valores (qué es bueno o malo, correcto o equivocado) y cómo se relacionan.
¿Quién se pone a definir esas cosas a una escala políticamente relevante? ¿Quién está excluido de las conversaciones que establecen visiones y acuerdos a esa escala? Porque no hay poder más grande que ese. Como todas las culturas, el broadcast es una tecnología del yo.IV Todo lo que pensamos, sentimos, deseamos y hacemos (o no hacemos) resulta de nuestro vivir en eso. Somos quienes somos –y por lo tanto la civilización es lo que es– porque interiorizamos esas visiones y acuerdos. Nos volvemos el lugar donde vivimos. No nacemos en el mundo. El mundo nace en nosotros.
La última parte es la socialización que la cultura administra a través de la hegemonía cultural del broadcast. Su discurso imperial es unívoco: muchos canales, una voz. Muchas voces, un coro. Muchas historias, un mensaje. Muchos puntos de vista del mundo, una visión del mundo.
Nos asfixiamos en la singularidad opresiva del broadcast. Sentimos claustrofobia en sus palabras. Solo un propósito existe allí y no es el nuestro. Toda la sabiduría de la historia nos dice que donde sea que una voz habla, donde sea que se cuenta una historia, no es un lugar saludable para estar.
Pero no solo la singularidad del broadcast es tan importante para el control social; también lo es la repetición de sus relatos. La repetición imprescindible que estabiliza la cultura. La repetición normaliza. Consolida creencias. Lo que se repite se convierte en verdad; lo que no se repite se aleja de la conciencia. Así que los relatos de cualquier cultura deben ser contados una y otra vez, sin parar. El coro debe repetir al infinito. Una y otra vez, una repetición inmersiva y eterna. Vivimos en océanos de redundancia.
Pero hay un defecto fatal en este tipo de control social: solo funciona si la nación-audiencia está escuchando. Solo funciona si estamos presentes y prestamos atención participando en la conversación que llamamos América. Nuestra participación está más o menos asegurada solamente si no hay conversaciones alternativas de igual magnitud, si no hay contranarraciones disponibles en la misma escala. El totalitarismo invertido funciona solo si no hay salida de su imperium cultural, solo si no es posible para la nación-audiencia dejar de ser una audiencia, separarse del broadcast, dejar la cultura sin dejar el país.
Esto ha sido estructuralmente imposible hasta ahora, y si no hay ningún otro sitio adonde ir, la nación-audiencia permanecerá en esa relación disfuncional y parasocial. Seguiremos volviendo por más explotación y abuso. De hecho, la mayor parte de la nación-audiencia no saldrá del imperium aun cuando haya algún otro sitio adonde ir –al menos no al principio–. Veamos si no a los 24 millones de víctimas del americanismo que aún se entregan ellos mismos cada noche al broadcast durante el horario central para su entrenamiento en conciencia de consumidor.
Algunos hacen esto porque son americanistas. Han interiorizado el broadcast. La identificación es completa. Pero la mayoría de la gente simplemente está inmovilizada en la sedimentación del hábito. La socialización jamás es del ciento por ciento, de hecho ni siquiera se acerca, y esa es su debilidad. Ahora la falta de alternativas, que solía compensar aquella debilidad, ha sido eliminada. Ya no se nos retiene contra nuestra voluntad. Ya no estamos atrapados dentro de la señal. Hemos sido liberados del aislamiento cognitivo.
Lo que hay que decir es que el brazo cultural de control social en Estados Unidos –el brazo cultural de control, hay otras clases, por supuesto– se basa ahora exclusivamente en una identificación masiva que no es ejecutable. La misma existencia de este aparato que permite a millones desidentificarse de manera sistemática del imaginario estadounidense para distanciarse obstinadamente del significante amo es la nueva amenaza al control social.
Es sorprendente darse cuenta de que el imperium se ha convertido en un castillo de naipes, de lo endebles que son las bases del control social hoy en los Estados Unidos, de lo débiles que son sus puntos de apoyo, de qué manera precaria descansa en una apuesta a que la nación-audiencia no cambiará de opinión. Bueno, tal vez no cambiemos. Pero la posibilidad está allí a una escala alarmante, y exactamente lo que los dominadores pueden hacer al respecto está lejos de lo obvio.

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He explicado los componentes del broadcast de manera individual; lo importante es cómo están conectados. Así que hagamos un experimento. Entremos en la televisión como Alicia en la cueva del conejo, en lo que podríamos llamar la ecología profunda del broadcast. ¿Qué hay detrás de la pantalla?
Lo primero que encontramos, ya lo dije, es su infraestructura institucional –las corporaciones que operan el broadcast por el Estado, con su red global de consejos de directores que trabajan conectados–. Un miembro de un consejo de una corporación de medios tiene su asiento en los consejos de varias corporaciones totalmente diferentes, cuyos miembros tienen un lugar en otros múltiples consejos, cuyos miembros se sientan en… y así, infinitamente, dando la vuelta a todo el planeta. Es un régimen de censura global, un poder regulador privado que disciplina los medios del Estado para que no comprometan los intereses de sus propietarios corporativos y mantengan el mundo seguro para el capitalismo.
Treinta años atrás, en su libro The Media Monopoly, el distinguido editor del Washington Post Ben Bagdikian llamó a esto la cadena interminable.V Esta es una figura icónica si alguna vez hubo una. Así que sigamos esta cadena interminable al siguiente nivel: la economía política del broadcast. Es decir, a lo que el capitalismo se ha convertido en su tercer estadio. Los tres estadios, a lo largo de 500 años, son el mercantil, el corporativo nacional y el corporativo transnacional –que es promovido alrededor del mundo como democracia–. Así que echemos una mirada a la democracia, el más utópico de todos los sueños.
Hay dos democracias: la democracia utópica, con “d” minúscula, la única que todos queremos, la única que los padres fundadores supuestamente crearon y la única en la cual los americanistas aún creen que viven. Luego está, en realidad, la democracia que existe, con una “D” mayúscula, la Democracia capitalista, la única que derrotó el experimento estadounidense.
Uno tiene que haber sido cegado por el broadcast para no darse cuenta de que los Estados Unidos de América finalmente fracasaron; como algunos dicen, esto siempre estuvo previsto. Ellos dicen que el “gran experimento” jamás apuntó al autogobierno y la libertad individual, y que se encaminó más bien hacia la Democracia dirigida. Poner al mundo a salvo para la democracia significaba que la democracia tenía que estar a salvo para el mundo. Su potencial revolucionario tenía que ser vaciado. Esto se hizo al principio, en la misma concepción del sistema. El gran experimento en la Democracia dirigida ha sido un éxito incondicional. Hoy vivimos en un simulacro de democracia. Se llama poliarquía.VI
No es el imperio americano el que ha fracasado, al menos no todavía. Quiero decir, ustedes escuchan decir eso, pero estoy con Noam Chomsky y Michael Parenti: no es el imperio el que fracasó, es la república. Vivimos en un nuevo feudalismo, regido por una oligarquía plutocrática. La escritora Arundhati Roy lo pone de esta manera: “La democracia ha sido agotada, ahuecada, vaciada de sentido. Sus instituciones han hecho metástasis en algo peligroso. La democracia y el libre mercado se han fusionado en un simple organismo predador que da vueltas alrededor exclusivamente para consolidar el poder y maximizar los beneficios”.VII
La cadena interminable vincula la política económica del broadcast con el oligopolio de las tiranías privadas que colaboran en la dominación del mundo: el complejo formado por el Banco Mundial-Fondo Monetario Internacional-Organización Mundial del Comercio-Wall Street, que contiene el complejo militar-industrial. Ellos están unidos en el proyecto de globalización capitalista, en el que la cadena interminable se convierte en la cadena de mando del triángulo de hierro compuesto por militares, negocios y política, cuyos puños de hierro hoy están desenguantados para hacer cumplir la estabilidad que ellos llaman democracia.
Nuestro encadenamiento en la cadena interminable se refleja en la serie interminable de modificadores vinculada a la frase “complejo militar-industrial”. La serie es más extensa a medida que nuestra conciencia de esto crece: complejo corporativo-financiero-penitenciario-educativo-agrocultural-farmacéutico-mediático-congresual-judicial-de vigilancia-militar-industrial… y así al infinito, hasta que la cadena interminable se convierte en una red interminable de globalización neoliberal, la red en la cual el capital predador se apodera de la Tierra y de todo lo que hay en ella. Aquí la cadena interminable se convierte en una cadena de carbono que lleva al colapso de la cadena de suministros y de todo el sistema ecosocial.
El sistema ecosocial es el sistema-mundo,VIII la integración de las ecologías humana y natural a escala planetaria. Utilizo esa frase para enfatizar la naturaleza sistémica de la totalidad ecosocial. Para indicar que biosfera y civilización constituyen una sola estructura planetaria. Difícilmente sea una idea nueva tampoco, excepto que ahora estamos obligados a tomarla en serio.
La integración de las ecologías humana y natural ocurre en puntos de la producción industrial. La biotecnología lleva esto al nivel molecular, de modo que el ambiente natural se convierte en un ambiente construido y, en el caso de los organismos transgénicos, por ejemplo, los organismos se vuelven estructuras ideológicas. La última expresión de lo que Jürgen Habermas denomina colonización capitalista del mundo de la vida (Lebenswelt).IX
La nanotecnología extiende la integración al mundo inorgánico transformando la realidad material en modos que son hoy inimaginables. Sabemos una cosa: la transmutación del mundo físico es apocalípticamente peligrosa si esto es guiado por los locos fósiles que ahora gobiernan el mundo.
Esto nos devuelve al apocalipsis, en el que cada componente del sistema ecosocial global, en ambos lados, el humano y el natural (como si nosotros no fuéramos parte del natural), está en una gradual pero constante desintegración. El firme avance en cámara lenta del calentamiento planetario, las crisis de energía, alimentos y agua, las extinciones masivas, las zonas muertas del océano, el derretimiento del ártico, la superpoblación, la megaurbanización y la polución de todo… sin parar.
El capitalismo rapaz que impulsa todo esto no tiene país ni lealtades políticas de por sí, sino solo un propósito: hacer más de sí mismo. Es por eso que Karl Marx lo llamó “una máquina para demoler límites”. Nos enfrentamos con límites ecosociales donde quiera que miremos, pero la circulación autopropulsada del capital no reconoce limitación. Es un ariete que debe accionar con fuerza sobre cualquiera o lo que sea que esté en su camino yendo a la carga temerariamente en su compulsión suicida por acumular.
Y ahora el capitalismo parece haber entrado en su fase catabólica, más cerca que nunca de canibalizarse a sí mismo y a sus huestes llevándonos con él al abismo. Consideren esta suprema ironía: para el capitalismo, el fin del crecimiento es la muerte, pero ahora el crecimiento es constante. Crecimiento y su opuesto, ambos son muerte para el capitalismo. La única cosa que ustedes pueden crear de arriba para abajo es un agujero.
Solíamos decir que era más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo. Actualmente imaginamos el fin del capitalismo imaginando el fin del mundo. El fin de la historia es reemplazado por el fin del futuro. Y desde que la globalización del capital es sinónimo de promoción de la democracia alrededor del mundo, podríamos preguntarnos, junto con Arundhati Roy, si la democracia capitalista es el final del juego de la humanidad.
Pero la cadena interminable no para en ese punto potencialmente terminal. Salta hacia atrás en un ruinoso cierre para convertirse en una cadena en el cerebro. Un círculo nos devuelve al lugar del que partimos, a nosotros mismos, portadores de la cultura, sentados frente a esa pantalla mirando atontados el broadcast que nos reproduce a nosotros mismos infinitamente en su imagen. La cultura somos nosotros. Nosotros somos el broadcast. Nuestras mentes están colonizadas. De ahí la conocida expresión de que el Gran Hermano (Big Brother) no está mirándonos, el Gran Hermano es nosotros mirando y colaborando en nuestra opresión.
Determinado lo que hay detrás de la pantalla, creo que podemos decir legítimamente que la colaboración es un acto de doble suicidio mutuamente asistido con un ecocidio planetario como daño colateral. Por eso, permitir que sus miradas caigan sobre esa pantalla o aquellas páginas, incluso durante un segundo, es una traición a todos nosotros. Seré claro: permitir que sus miradas caigan sobre el Daily Show o el New York Times en su contexto es ser cómplices de crímenes potencialmente terminales contra la humanidad y el resto del mundo natural.
De todo esto podemos sacar solo una conclusión: abandona de una vez esta cultura lo más rápido que puedas y nunca mires atrás. Mi conclusión es que, por primera vez en la historia de la humanidad, podemos en realidad hacer esto a una escala masiva. Millones de nosotros podemos separarnos del broadcast en este preciso momento si lo deseamos. Solo nuestra falta de ideas radicales nos impedirá cometer aquel definitivo acto de desobediencia civil abandonando la cultura sin abandonar el país.

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El holocausto ecológico y la crisis de la democracia son crisis sistémicas radicales que demandan una respuesta radical: una transformación de plano. Esto es reconocido en todo el mundo. A menos que ustedes vivan exclusivamente en el broadcast, en todas partes se escucha hoy el llamado a un cambio fundamental, a una transformación desde la raíz. Esto es lo que significa radical: del latín radix, raíz. Y eso es todo lo que significa. No quiere decir extremo. Por supuesto que tiene que ser equiparado con el extremismo para el control social. La última cosa que quieren es que la gente vea las causas desde la raíz.
Un cambio radical requiere una voluntad radical –la voluntad de transformar la raíz– y las instituciones que derrotaron a la democracia y crearon el holocausto planetario no tienen una voluntad radical. Solo tienen una voluntad política. La voluntad política quiere mantener el statu quo, la voluntad radical quiere transformar esto. Los gobiernos y las corporaciones son incapaces de tener voluntad radical. Ellos no tienen el poder de transformar la raíz de su propia existencia.
Solo el pueblo puede hacerlo. La voluntad radical pertenece solo al pueblo. Y mejor que estemos preparados para activar eso porque el cambio fundamental nunca se logra democráticamente. Esto se alcanza solo por la fuerza –la huelga general, la rebelión impositiva– e incluye la violencia o la amenaza creíble de ella. Es la perogrullada de que la libertad no es libre; de que las libertades no se dan, se toman; de que los derechos no se otorgan, se vuelven a ganar.
Sabemos que no podría ser de otra manera. La clase de los multimillonarios no está a favor de dejar que su bienestar y su poder se igualen a los de todos los demás solo porque la Gran Bestia dice que esto debería ser así. El poder no concede nada si no hay reclamo, y ni siquiera así. Ellos prefieren la muerte al compromiso; oscurecerán los cielos antes de ceder el paso a la democracia. Como dice el economista John Kenneth Galbraith: “Los privilegiados siempre arriesgarán su completa destrucción antes que entregar alguna parte material de su ventaja”.X
De manera que nosotros, el pueblo de la nación-audiencia, enfrentamos el desafío para el cual nada en la pasada experiencia nos ha preparado. Lo hemos sabido durante décadas así que uno podría razonablemente preguntar: ¿realmente somos nosotros aquellos a los que hemos estado esperando?, ¿tenemos la voluntad radical que puede venir solo de nosotros? No hay muchas señales de esto. Estados Unidos es una de las naciones más despolitizadas del mundo industrializado. Vivimos en el país del mirar para otro lado. T. S. Eliot decía que el mundo termina no con un estallido, sino con un lamento. Si solo fuera tan dramático. Dado el nivel de distracción que hay en los Estados Unidos, es más probable que el último instante de la historia pase inadvertido.XI
De esta manera, resulta que la crisis ecosocial es, primero y principal, una crisis de voluntad y opinión, una crisis de confianza e imaginación –el resultado esperado de nuestra socialización en el broadcast–. Esto significa que crear en la misma escala que podemos destruir comienza con recrearnos a nosotros mismos resocializándonos nosotros mismos para convertirnos en la clase de gente que sería capaz de activar una voluntad radical de la magnitud que se necesita. ¿Cómo hacemos esto? ¿Cómo despertamos la voluntad radical que duerme dentro de nosotros? La respuesta a esta cuestión inmemorial se basa en lo que llamo el mito utópico de una revolución de la comunicación. Antes de explicar esto, necesitamos entender un par de cosas sobre la utopía.

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Descartemos en principio cualquier absurda noción sobre utopía como una especie de mundo ideal, una especie de plan para el confort burgués, un mapa de la felicidad. Plantear esto de esa manera es irresponsable y contrarrevolucionario. Favorece directamente el control social. De este modo se dice que el deseo llamado utopía –el deseo de liberarse de la jerarquía y de todo lo que esta implica– es completamente ingenuo y no puede ser tomado en serio.
Descartemos en principio cualquier absurda noción sobre utopía como una especie de mundo ideal, una especie de plan para el confort burgués, un mapa de la felicidad. Plantear esto de esa manera es irresponsable y contrarrevolucionario. Favorece directamente el control social. De este modo se dice que el deseo llamado utopía –el deseo de liberarse de la jerarquía y de todo lo que esta implica– es completamente ingenuo y no puede ser tomado en serio.
Recordemos (aquellos que son lo bastante viejos) Mayo de 1968 en París y el famoso eslogan “sean realistas, pidan lo imposible”, en el que imposible quiere decir no permitido. En otras palabras, hacer un reclamo que, si se concediera, hundiría el sistema. Como Internet abierto y gratuito.
En los años que siguieron a aquellos excitantes días de la contracultura de los sesenta, la utopía perdió su potencia. Fue desacreditada con el crecimiento de los estudios culturales y las políticas de identidad, y su rechazo al imperialismo cultural que ellos relacionaban con la utopía. De modo que, en 1999, desafiando esta tendencia, Russell Jacoby pudo publicar su valiente lamento The End of Utopia (El fin de la utopía) en el cual se refirió a la atrofia de la voluntad radical en nuestro tiempo.XII Solo seis años más tarde, en 2005, Fredric Jameson pudo proclamar, en Archaeologies of the Future (Arqueologías del futuro), que la utopía había recuperado su posición en la primera fila del pensamiento político. “Ha recuperado su vitalidad –observó él– como un eslogan político y una perspectiva políticamente vigorosa. Se la toma en serio como un proyecto social y político”.XIII
El utopismo es una teoría política. Desplaza la conversación sobre la utopía del contenido –un mundo ideal– a lo que la idea de utopía representó de por sí. La utopía ya no se entiende como imposible por demasiado ideal, sino como no permitida por demasiado radical. La lucha por la libertad reemplaza a la preocupación utópica más antigua por la felicidad.
La utopía es hipotética. Se pregunta: ¿qué pasa si…? Esto atrae y seduce. Nos dice: “Ven y alcánzame”. Una población inflamada de voluntad radical se pone de pie en el horizonte y le dice a la nación-audiencia: “Somos la distancia entre quien eres y quien debes llegar a ser para afrontar el desafío. Búscanos. ¿Qué tienes que hacer para ser nosotros?”.
En las narraciones utópicas convencionales se ignora ese pequeño detalle. Simplemente estamos en la utopía, en este mundo revolucionario, sin ninguna explicación en absoluto de cómo llegamos allí. La lucha está ausente, y por eso las utopías convencionales son tan poco convincentes. No hay terreno debajo de ellas. “El agente que llevó a cabo la condición utópica es omitido –observa Jameson–. La narrativa se salta la revolución misma y plantea una sociedad posrevolucionaria ya existente. El momento axial, la ruptura con la historia, la transformación en acción simplemente no está allí”.XIV
Esa evidente ausencia plantea la cuestión y nos recuerda que la utopía es siempre y exclusivamente una cosa: la lucha por la libertad a escala. Por favor, entiendan: lo que es utópico es la escala de un reclamo imposible, no la lucha en sí misma. Es la imagen utópica que he invocado al principio. Esa utopía es verdaderamente universal; definirla de cualquier otro modo es una traición a todos nosotros.
Así que hemos ido desde la utopía como imposible a la utopía como no permitida. Lo que no está permitido, por encima de todo, es la fragua de un algoritmo utópico: la gente no debe ver cómo llegar desde aquí hasta allá. Esto nos lleva al mito utópico de una revolución de la comunicación.

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Recordemos que el totalitarismo invertido se basa en controlar la construcción social de realidades. Una revolución de la comunicación invierte la manera cómo eso está hecho, de arriba abajo. Esta descentraliza y pluraliza la construcción social de realidades. Repito: una revolución de la comunicación es la descentralización y pluralización de la construcción social de realidades. Punto. Eso significa que no tiene nada que ver con la tecnología. Por supuesto que se necesita la tecnología para que esto pase, pero la revolución no está en la tecnología así como la música no está en un piano, de la misma manera que la inteligencia no está en un cerebro. La tecnología jamás es lo que conduce, siempre es lo que facilita. Lo transformador no es la tecnología, sino la cultura que se forma alrededor de eso. Y, como dije al principio, qué cultura define Internet es la gran cuestión de nuestro tiempo.
Ya estaba la cuestión a principios de los años setenta, cuando emergió en los Estados Unidos un conjunto de tecnologías que hicieron una revolución de la comunicación teóricamente posible –televisión por cable, distribución satelital, videograbación portátil, publicación de videocasetes y de discos láser, y uso compartido de un servidor–. En retrospectiva, reconocemos ahora ese cóctel como una especie de proto-Internet.
Los primeros setenta fueron también el comienzo del fin del momento contracultural en Estados Unidos. Yo he estado en el centro de esto. Desde 1967 a 1970 fui editor asociado y columnista de Los Angeles Free Press, el primero y el mayor de los periódicos alternativos que florecieron en Estados Unidos en esa época. De manera que estaba en posición de entender la contracultura como una revolución de la comunicación. No es que hayan tenido que estar en mi posición. Quiero decir, todos estábamos viviendo eso. Estábamos viviendo la primera y única revolución de la comunicación que haya ocurrido alguna vez en los Estados Unidos, breve y limitada como ha sido.
Dejamos la cultura sin dejar el país en los sesenta, y nuestra generación invirtió la construcción social de realidades. Lo hicimos a una escala políticamente amenazante; así, por supuesto, había que involucrarse en eso. La contracultura tenía que ser neutralizada y asimilada. Es decir, esto tenía que ser mercantilizado. La mercantilización del outsider había comenzado en los años cincuenta –Rebel without a Cause, The Wild One, Jack Kerouac en horario central en la televisión–, así que en los sesenta estábamos de facto entregándonos al capital. El broadcast administró una dosis mortal de publicidad y el final estaba a la vista.
Era una cuestión de autonomía. La contracultura no podía sostenerse dentro de una contracultura del shopping. No podíamos vivir como un enclave utópico circunscripto por el broadcast imperial. Buscábamos maneras de permanecer en autoexilio, y cuando emergió la tecnología que podía teóricamente permitir eso a escala, estábamos alertas. Lo vimos porque creíamos en eso, y creíamos en eso porque lo estábamos viviendo.
En cuanto el broadcast entró en la vida de sueño de la nación-audiencia, soñamos con escapar. La hegemonía cultural podía dominar nuestros días, pero no tenía que ser nuestro destino. Pensamos que podríamos ser capaces de sostener en el espacio virtual la autonomía cultural que estábamos perdiendo en el espacio físico. Sabíamos que eso no sería suficiente. La lucha no se ganaría o perdería en el ámbito de la representación, pero, como siempre, tenía que empezar allí. Era el principio del activismo mediático. Entendimos que, si cambiábamos los medios, cambiaríamos el mundo. Los remito a mi llamado a las armas en la revista Radical Software en el verano de 1970.XV
Los activistas de los medios vieron una oportunidad utópica para crear medios públicos democráticos a través de la inversión operacional del broadcast, de la comunicación de masas a la conversación grupal. Un cambio de paradigma era técnicamente posible: del modelo dominador al modelo colaborativo, de la jerarquía a la heterarquía, de la comunicación a la conversación, del control a la cohesión.
La conversación, del latín dar vueltas alrededor juntos, es generativa. Hace nacer mundos. Así es como construimos realidades. Podemos hablar de cosas porque, girando juntos alrededor, creamos las cosas de las que hablamos al hablar de ellas. Nos convertimos en comunidad-realidad. Y la circularidad, el cierre, del girar alrededor juntos sella nuestra autonomía cultural. Nos convertimos en una comunidad-realidad autónoma.
Ahora, esa frase es en realidad redundante porque no hay otro tipo de comunidad. Cada comunidad es una comunidad-realidad autónoma. Es decir, toda comunidad es una conversación conspirativa que genera las realidades que la definen como una comunidad. El boca a boca se convierte en un boca a boca mundial, el nacimiento de una noción.
Utilizo esta frase, de otra manera innecesaria, para que tomemos conciencia de lo que estamos haciendo hoy. Para hacer explícito el hecho de que, en nuestra migración hacia Internet, estamos descentralizando y pluralizando la construcción social de realidades a una escala políticamente desestabilizante. Cada sitio web, blog o microblog; cada red o plataforma de intercambio; cada streaming o servicio de hospedaje, cada mundo virtual es o una comunidad-realidad o una plataforma que soporta conversaciones que las constituyen. Cada conexión de Facebook o Linkedin, cada posteo etiquetado de Twitter, cada canal de YouTube o Vimeo, cada imagen posteada en Flickr, cada lista compartida en Spotify y cada grupo en cada uno de ellos crean la posibilidad de una conversación que cohesiona una comunidad alrededor de una realidad.
La fibra óptica estaba en el horizonte en los primeros años de la década del setenta y esto nos permitía imaginar sistemas de comunicación más allá de las limitaciones de la televisión por cable. En vez de migajas de “acceso público” lanzadas a nosotros por la industria de la TV por cable, imaginamos servicios públicos socializados basados en redes conmutadas de fibra óptica operadas por las compañías telefónicas. Los remito a mi video en el que pedía un servicio público nacional de información en 1974.
Era pedir lo imposible, y ese era el punto. Imposible porque un servicio público es un operador público, abierto a todos por igual. Eso subvertiría el control social. La gente tendría que exigirlo. Ellos no iban a exigir algo que no podían concebir, de modo que ofrecí una visión de un servicio de comunicación pública con un ancho de banda emocional, que en ese momento fue el ancho de banda análogo de seis megahertz del broadcast televisivo. En otras palabras, la videoconferencia bidireccional sería la plataforma para una conversación democrática a gran escala.
El almacenamiento y recuperación de información, aunque esencial, fue visto como un rasgo secundario, suplementario del sistema de comunicación que los activistas de los medios estaban imaginando. Nadie pensaba en la computadora como un aparato de comunicación. Simplemente era una biblioteca en una caja. Es decir, acceso a información, y la revolución de la comunicación no se trata del acceso a la información, al menos no primariamente. Se trata del acceso a la gente. Se trata de acceder a conversaciones a través de las cuales las realidades son socialmente construidas.
La inversión operacional del broadcast daría rienda suelta a todo pulmón el grito que llamamos silencio. Estábamos en un confinamiento solitario. Había una urgente necesidad de decir lo que no habíamos sido capaces de decirle a un público que nunca tuvimos: nosotros mismos. La fibra oscura se encendió rápidamente. Los canales de agitación y deseo se multiplicaron de manera exponencial convirtiendo a la nación-audiencia en una república democrática de comunidades-realidad autónomas en el espacio virtual. Serían atopías; formaciones sociales sin fronteras o límites, definidas no por una geografía, sino por conciencia, ideología y deseo.
Sería necesario elegir entre ellos. No se podía solo recibir de manera pasiva. Había que poner manos a la obra. Desde el universo en constante expansión de comunidades-realidad, había que armar el universo particular de significado en el cual uno viviría. Este sería tu mundo vital. Mundo vital (Lifeworld) es un término sociológico que significa nuestra experiencia subjetiva de la vida cotidiana. Compartimos el mundo vital con otros, pero experimentamos solo nuestro propio mundo vital personal de momento en momento. El mundo vital es tu mundo, el mundo que habitas. Es tu hábitat.
De modo que armaste tu hábitat mediático, tu mundo vital personal de comunidades-realidad autónomas. Se convino que uno de los mundos vitales posibles que podrías construir para ti mismo podría ser lo que llamamos una contracultura; un mundo cuyos significados, valores y definiciones de realidad están exactamente a contracorriente de aquellos del broadcast. Podías vivir de manera creciente la vida de ese mundo a medida que El Construir avanzaba, y esto te llevaría al umbral de la secesión.

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Las implicaciones del mito se entienden mejor examinando dónde estamos hoy. Tres hechos históricos mundiales convergen: holocausto ecológico, globalización capitalista, crecimiento de Internet. Cada uno de ellos arrojaría a la civilización a una crisis; juntos constituyen un desafío que muy probablemente sea insuperable. La suerte de Internet decidirá eso. Internet permite democracia utópica o tiranía totalitaria; esta última es inevitable si no nos alzamos para prevenirla; de lo contrario, el apocalipsis está garantizado. Si por algún milagro conseguimos liberar Internet, al menos tendremos una chance de descubrir lo que podría significar crear a escala.
Producir el milagro no es completamente imposible. La condición digital está por encima de los sueños utópicos más desenfrenados del activismo mediático del siglo xx. Esto ha creado un octavo continente que no es más imaginario que América en sí mismo. Se trata de un metamedio social revolucionario y millones de comunidades-realidad se alzan en esta topología fantasmal. Se multiplican de manera exponencial y nosotros estamos ocupados seleccionando entre ellas, armando nuestros mundos vitales.
Como resultado, la revolución de la comunicación que no se puede permitir que suceda en realidad, de alguna manera, está sucediendo. El mito utópico casi se ha convertido en realidad. La infraestructura tecnológica está operativamente lista, Internet es lo opuesto del broadcast. Los grupos de conversación están reemplazando a la comunicación de masas y la construcción social de realidades se está descentralizando y pluralizando.
El broadcast está colapsando bajo supervisión corporativa. Su discurso imperial se está disolviendo en una constelación de conversaciones en la que no hay una corriente principal, solo islas en la corriente. Lo parasocial está rodeado por lo social. Es el fin de los medios masivos y del control social que se basa en eso. La hegemonía consensual ha hecho su camino; comienza el retorno al totalitarismo clásico. La arquitectura de la tiranía está lista. La hegemonía buena está desenmascarada, se ha criminalizado decir la verdad y disentir, se montan farsas de juicios, el panóptico crece por todo el octavo continente.
La posibilidad de una democracia radical nunca ha estado tan cerca y, por ese motivo, tan lejos. Y sin embargo, en El Construir hay razón para un cauto optimismo.

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Hace ochenta años, en su libro Technics and Civilization, Lewis Mumford se refería a la revolución industrial del siglo xviii como la era paleotécnica.XVI Hace cuarenta y tres años, en mi libro Expanded Cinema, caracterizaba las tecnologías electrónicas emergentes como la era paleocibernética.XVII Hoy la condición digital inaugura una nueva historia. Es el año cero y la paleocibernética comienza una vez más.
Vivimos en la paleocibernética y en la fase de la banda estrecha paleosocial de la evolución de Internet. Paleocibernética y banda estrecha porque Internet en Estados Unidos no es un servicio público socializado con el ancho de banda emocional que necesitamos para cultivar la voluntad radical a escala. Paleosocial porque la interconexión social en la fase evolutiva actual se está organizando, no cultivando. Se organizan la voluntad y las ideas que ya existen, pero no se cultiva sistemáticamente la voluntad radical que con tanta urgencia necesitamos.
El Construir que podría hacer eso posible ha empezado, pero es inconsciente, borroso, caótico. Estamos haciéndolo sin una visión unificada, sin una causa común. La secesión es la visión y la causa que puede unirnos a todos. Hace falta que abramos los ojos y nos demos cuenta de eso. Estamos construyendo un ambiente de secesión; si nos decimos a nosotros mismos que lo estamos haciendo, lo haremos mejor. Para entender una cosa, primero debes nombrarla, así que el construir debe convertirse en El Construir.
Esto significa crear un ambiente que haga posible la secesión y la resocialización a escala. Significa optimizar los puntos compartidos para descolonizar nuestras mentes y cultivar la voluntad radical. Significa producir contenido para mundos vitales contraculturales como las tecnologías del yo, hábitats que permitan una contrasocialización estratégica. Esto significa subvertir sistemáticamente los imperativos del control social.
Solamente la indiferencia nos impide hacer esto. Podemos deshacer los eslabones de la cadena en el cerebro y comenzar una limpieza cultural masiva. Estamos contaminados por el broadcast, pero podemos desinfectarnos nosotros mismos, purgarnos, hacer nuestra higiene mental, remover la escoria. Podemos conspirar para desidentificarnos de manera sistemática del imaginario estadounidense, para distanciarnos tozudamente del significante amo.
A pesar del cerco corporativo y la vigilancia gubernamental, la única pregunta relevante es: “¿Qué puedo poner en mi pantalla?”. Todos sabemos que no hay límite para los mundos vitales que podemos armar a partir de los medios heredados y la infinita cardinalidad del ciber-Aleph.XVIII Tal vez haya una crisis de periodismo, pero no hay crisis de conciencia. Gracias a los testigos aficionados, somos más conscientes que nunca.
Somos lo que nuestra atención es. Un núcleo imperativo del control social es que la atención de la nación-audiencia debe siempre estar en los dominadores, no en nosotros. El Construir puede revertir eso. Podemos predicar al coro a escala, un privilegio reservado solo a los dominadores para la inculcación de conformidad. ¿A quiénes, después de todo, les habla el broadcast? “Un gran diario es una nación hablándose a sí misma”, dijo el dramaturgo Arthur Miller. El broadcast predica sin parar a su congregación de consumidores y la nación-audiencia conspira obedientemente en el canto. Estamos atrapados en los círculos invariables de una calamitosa llamada y respuesta que no podemos admitir.
En el interés del control social, la misma idea de predicar a los conversos a cualquier escala debe ser desacreditada. Este núcleo dinámico de control debe ser descartado como innecesario, como una pérdida de tiempo; debe ser visto como una evangelización malgastada, una exhortación dirigida por error. Bien, si predicar al coro es semejante pérdida de tiempo, los dominadores deberían fomentarlo. Si esto solo crea un falso sentido de logro, ellos deberían darnos todo el espacio que necesitamos para engañarnos a nosotros mismos.
Cuando era un adolescente, en los años cincuenta, los rebeldes inconformistas sin causa fueron ridiculizados por ajustarse al inconformismo. Como si eso fuera una especie de contradicción irónica, cuando de hecho ese es justamente todo el punto. Deberíamos estar tan equivocados como para ajustarnos a un inconformismo tan subversivo como la secesión. De modo que prediquemos a nuestros coros secesionistas en la misma escala en que el broadcast predica a la nación-audiencia y veremos si es una pérdida de tiempo.
Los secesionistas entendieron que predicar a los ya convertidos no es una persuasión innecesaria, más bien es esencial para la cohesión. No se trata de crear, sino de sostener. Esto no es convencer a aquellos que ya creen, sino afirmar la creencia. Hacemos esto no para un reclutamiento, sino para un autorreconocimiento. Esto sella nuestra autonomía y nos vuelve visibles a nosotros mismos.
Esa es la gran amenaza para el poder: la posibilidad de repetición ampliada de contranarrativas en comunidades-realidad autovalidantes. El peligro para el poder es la envergadura de una fuerte contrarrecursión, una reiteración interminable de lo radical. Es el espectro del éxodo masivo de su régimen de círculos ideológicos a uno que anule esto escindiéndose de su océano de redundancia semántica para nadar a contracorriente. El Construir permite eso. Podemos dar un portazo a la cámara de eco del broadcast y abrirnos de par en par a un millón de resonadores radicales para reemplazarla. Así que pongan sus medios secesionistas a repetir sin parar y déjenlos correr.
La secesión no sepulta tu cabeza en la arena ni te pone anteojeras. Al contrario, dejar la cultura es ver por primera vez eso que ha sido invisible para ti, porque lo que está en todas partes está en ninguna parte. Tienes que dejarlo para verlo, y verlo verdaderamente es ver lo que no está allí, notar la presencia de una ausencia.
La secesión revela la ecología de lo no visto. Uno da un paso hacia fuera del radio de aflicción para ver lo que el broadcast excluye de manera sistemática. Miras en el vacío del significante amo y te das cuenta de que Estados Unidos nunca ha sido estadounidense. Eso es una desilusión liberadora. Te desengañas de ilusiones que son necesarias para el control social. Ves lo falso como falso y te da vergüenza lo que ves. Algo está perdido, y eso trae una tristeza que lleva al distanciamiento que alienta el pensamiento crítico. En este punto, te has separado. Estás descolonizado. Por supuesto, nadie está completamente limpio. La mancha es indeleble. Pero ¿qué tiene? Estás suficientemente limpio.
Esto no es teoría, es mi vida. Me he escindido del broadcast América hace años y he vivido desde entonces en un mundo que la refuta. Todo lo que he dicho sobre el holocausto ecológico, sobre el capitalismo y el fin de la democracia, sobre el destino de Estados Unidos, lo he aprendido en mi mundo vital mediático. Si ustedes hubieran vivido allí todos estos años, tendrían el mismo entendimiento y el mismo deseo ardiente de escindirse. Si uno puede hacer esto, todos pueden hacerlo. La secesión para uno es la secesión para todos.
Podía hacer más que cortar lazos; podía escindirme, podía devolver el ticket con un ademán desafiante. Mejor aún, podía hacerlo pedazos y arrojarlo en sus caras –podía usar mi hábitat insurgente como una incubadora de voluntad radical para cerrar el teatro–. Construyendo en el alejamiento intrínseco para la secesión, podía comenzar una práctica cotidiana de contrasocialización estratégica. Podía concebir una rigurosa disciplina, como practicar meditación, para invocar un deseo salvaje. Todo lo que tenía que hacer era llegar a ser consciente de lo que estaba atravesando. De esto surgieron seis estrategias:
1. Rompe tu corazón reiteradamente.
2. Cultiva sentimientos de impotencia y futilidad.
3. Indígnate, llénate de justa ira.
4. Enfrenta tu miedo.
5. Libérate a ti mismo de la esperanza.
6. Torna tu ira en furia de voluntad radical y canaliza esto en El Construir. Estás encendiendo la chispa en la espera que desencadene una situación incendiaria –la crisis ecosocial global.

Las tácticas para implementar estas estrategias son el tema de nuestro seminario de mañana. ¿Qué mundos vitales nos permitirán sortear el pasaje no trivial a través de estas maniobras radicales? ¿Qué debemos poner en nuestras pantallas para romper nuestros corazones y mantenerlos quebrados? ¿Qué visiones desplegamos para elevar nuestros espíritus? ¿Cómo pueden nuestros mundos vitales envalentonarnos para enfrentar nuestro miedo? ¿Qué tácticas empleamos para llegar a estar libres de esperanza?
Ofrezco mi praxis como un modelo, mi mundo vital como un patrón. Estoy tratando de empezar El Construir que todos necesitamos concretar. Quiero inspirarlos, animarlos, alistarlos en la campaña no trivial para hacer que la secesión sea trivial. Si trabajamos duro, otros no tendrán que hacerlo. Solo iniciarán sus mundos vitales y de manera subrepticia se alienarán a sí mismos de esta extraña nación hasta que el broadcast América sea un rumor distante.
Arte y artistas son centrales para El Construir. Uno puede imaginar el ascenso de legendarios curadores famosos por el poder de sus mundos vitales, al mismo tiempo se los exalta y desgarra. El yo que construyan desde ese ancho de banda emocional tal vez no sea una obra de arte, pero será una creación en la mira del panóptico, por supuesto, pero ¿y qué? No hay suficientes prisiones si lo hacemos a escala.
Trabajo en esto diez horas por día, los siete días de la semana, y lo estoy poniendo en sus regazos.XIX Les estoy entregando el algoritmo de la secesión. Los estoy provocando, empujándolos contra el muro de su apatía y su indiferencia, porque la secesión no es opcional. No separarse, ahora que pueden, es una hipocresía terminal. No admiten que la cultura es letal y entonces se niegan a dejarla cuando una cosa tan imposible se convierte en posible. Cuando una oportunidad como esta se presenta, una persona de conciencia no vacila. Dada la tiranía y el caos en el horizonte, la única respuesta aceptable es la de arrojarse ustedes mismos en El Construir con dedicación feroz.
No tenemos otra opción que usar la paleocibernética Internet de banda estrecha en su nivel actual de recinto cercado y vigilancia para inaugurar El Construir. Tenemos que usar la Internet privatizada para cultivar la exigencia de Internet socializada. La única manera en que eso puede tener éxito es a través de una huelga general en un paro del mundo a escala que la condición digital hace posible. “Mundo” solo significa Estados Unidos, pero tenemos el precedente de protesta global que invoqué al principio. Lo que queremos ahora es lo opuesto: calles vacías en los siete continentes, tráfico furioso en el octavo.
Sí, la probabilidad de todo esto es casi cero; sin embargo, creo que debe suceder si vamos a crear en la misma escala que podemos destruir. Si las posibilidades se reducen a cero, que quede registrado que tuvimos esta impresionante oportunidad delante y que la menospreciamos. Cualquiera sea el camino que escojamos, no va a ser un viaje placentero. Aun así, la lucha por la libertad siempre es algo que inspira y ennoblece; si no triunfamos, al menos caeremos peleando el combate que, si tuviéramos éxito, sería el giro más grande en la historia de la humanidad. Nos debemos a nosotros mismos, a nuestros hijos, a todas las cosas vivientes, la audacia utópica de exigir lo imposible.

NOTAS

*El autor, Gene Youngblood, mantiene los derechos de copyright del texto.
** Se ha optado por dejar el término en inglés “broadcast” porque su traducción al castellano “difusión” o “transmisión” no alcanzan a expresar la amplitud de significados que el término en inglés comprende y que el autor desarrolla en el texto.

I“Debemos aprender a crear en la misma magnitud que podemos destruir” es el credo de Kit Galloway y Sherrie Rabinowits (1950-2013), pioneros visionarios de la red social telepresente que influyó en mi vida y en mi pensamiento profundamente. Sherrie acuñó el credo en 1979. Esta conferencia está dedicada a su memoria.
II“El único prerrequisito para la libertad es la libertad” viene de mi amigo Ted Zatlyn, un poeta y filósofo cuya sabiduría me inspiró durante muchas décadas, empezando con Expanded Cinema en 1969. Pertenece a su poema “Meditation on meditation”, julio de 2011.
IIISheldon S. Wolin, Democracy Incorporated: Managed Democracy and the Specter of Inverted Totalitarianism. Princeton: Princeton University Press, 2008.
IV“Tecnología del yo” proviene de la crítica que Michel Foucault hace de las relaciones de poder. Se refiere a las maneras en que la gente presenta y controla su “yo” (o, como lo ponen los teóricos, cómo los sujetos se constituyen a sí mismos) dentro de sistemas de poder (discursos) que autorizan y constriñen lo que Foucault llamó “el cuidado de sí”. Ver, por ejemplo, Technologies of the Self: A Seminar with Michel Foucault. University of Massachusetts Press, 1988.
VBen H. Bagdikian, The Media Monopoly. Boston: Boston Press, 1983.
VIEl politólogo Robert A. Dahl introdujo el término “poliarquía” (como opuesto a monarquía) en 1972 para distinguir la democracia de la forma de gobierno estadounidense, que es una democracia formal, no real. En una democracia, el poder está investido en el pueblo. Pero votar en contra de los intereses del poder no debe ser posible; la democracia debe ser dirigida para preservar el control de la elite. La poliarquía es la combinación de toma de decisiones de la elite y su ratificación pública. “La ciudadanía es reducida a un electorado –escribe Sheldon Wolin– parecido a un sistema de respuestas automáticas, cuyo rol es validar a los candidatos de la elite. Los ciudadanos no se movilizan, solo estamos periódicamente excitados […] el totalitarismo invertido no quiere ni necesita ciudadanos activos, solo de a períodos. Necesita una ciudadanía de turno”. Para un análisis de poliarquía a escala transnacional, ver William I. Robinson, Promoting Polyarchy: Globalization, US Intervention, and Hegemony, Cambridge University Press, 1996.
VIIArundhati Roy, Field Notes on Democracy: Listening to Grasshoppers, Chicago: Haymarket Books, 2009.
VIIILa unión con un guion de “sistema-mundo” no hace referencia a la “teoría del sistema-mundo” que surgió en los setenta a través del trabajo de Wallerstein, con su énfasis en la interacción de naciones-Estados de “centro” y “periferia”. La teoría de la globalización contemporánea se separa de esa tradición eliminando el guion del sistema mundo capitalista que analiza. Los estudios sobre globalización admiten la estructura centro-periferia, pero se centran en las fuerzas que trascienden la interacción nación-Estado. Dado que no tengo interés en ese juego, soy libre de poner un guion en la frase como una especie de licencia poética pasada de moda diciendo: el mundo es un sistema y “el sistema” es un mundo; si quieren saber cómo funciona el mundo, recomiendo calurosamente Critical Globalization Studies, editado por Richard P. Appelbaum y William I. Robinson, Routledge, 2005.
IXConsidero que los trabajos de Jürgen Habermas sobre la esfera pública y la teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci son esenciales, e incluso fundacionales, para cualquier crítica económico-política del control social en general y del papel de la cultura y de los medios en particular. Ver Habermas, The Structural Transformation of the Public Sphere (1962) y Gramsci, Prison Notebooks (1929-1935).
XJohn Kenneth Galbraith, The Age of Uncertainty. Boston: Houghton Mifflin, 1977.
XILa irónica proposición de que el último instante de la historia pasará inadvertido es otra gema de Ted Zatlyn en un e-mail del 17 de agosto de 2012, con la idea adicional de “como hizo el primero”.
XIIRussell Jacoby, The End of Utopia: Politics and Culture in an Age of Apathy. Nueva York: Basic Books, 1999. 
XIIIFredric Jameson, Archaeologies of the Future: The Desire Called Utopia and Other Science Fictions. Londres-Nueva York: Verso, 2005.
XIVJameson, op. cit.
XVGene Youngblood, “The Videosphere”, Radical Software, verano de 1970, pp. 1-2.
XVILewis Mumford, Technics and Civilization, Londres: Routledge & K. Paul, 1931.
XVIIGene Youngblood, Expanded Cinema, Nueva York: E.P. Dutton, 1970.
XVIIIAleph es la primera letra del alfabeto hebreo. Cardinalidad es el número de elementos en un conjunto. En la teoría de conjuntos, el aleph glyph es el símbolo para la cardinalidad de conjuntos infinitos. Por eso, Jorge Luis Borges eligió El Aleph como título para su cuento en el que describe un punto en un espacio que contiene todos los demás puntos en el espacio –un conjunto con infinitos elementos, igual que Internet–. “Cyber-Aleph” es mi homenaje a Borges en la ciudad de su nacimiento. Además de eso, pienso que es una figura evocadora de Internet y su Imaginario, el octavo continente.
XIXMi esposa, Jane Youngblood, es una fiel coconspiradora en esta empresa. Sus críticas y contribuciones a esta conferencia y su adaptación fueron inestimables.